
El siguiente cuento de terror de Gothicus te llevará a las entrañas de un misterio que se mueve entre el terror de la noche y la muerte.
Las noches son silenciosas, calmadas. Para mí no tanto. Tenía que estar en ese cuarto —o caseta, como dice Don Miguel— vigilando que no se roben los huesos de los muertitos en el panteón. La puerta principal es una reja aperchada muy antigua y rechina cada que se abre, hay una pequeña estancia abierta con techos muy altos y a los lados dos viejas bancas de madera. En los laterales hay cubetas que usa la gente para llenar con agua y regar las flores que llevan a los difuntos.
El cuarto… la caseta quise decir, tiene una puerta de madera con tela mosquitera. Como la que tenía mi abuela en el rancho, el color verde da un toque característico a la madera, la hace lucir más vieja. Para entrar de inmediato bajas un escalón, hay dos ventanas muy pequeñas con vidrios sucios que los hacen opacos.
Tienen un par de macetas en la repisa de la venta que estorba la visión. La caseta huele siempre a flores de camposanto, a humedad, como cuando va a llover y huele a tierra mojada. Debe ser por las paredes de adobe y el techo de lámina que guardan humedad desde hace muchos años. En la caseta hay una mesa chica con dos sillas, una parrilla eléctrica con una tetera de peltre para el café y un catre para recostarse. Tiene dos cobijas viejas de lana que arrastran hasta le suelo.

Por una de las ventanas puedo ver hacia el panteón, todas las noches intento sentarme viendo en dirección a las tumbas, como para revisar si veo movimientos. Don Miguel me cedió el lugar de cuidador hace un año, falleció esa misma noche que llevo marcada en mi rostro. Nos tomó por sorpresa a todos, lo encontraron retorcido en el baño de su casa, casi se cortó la lengua con sus dientes.
Estaba golpeado de la cara, seguro fue que se desmayó y cayó de frente a la pared. Dicen que tenía arañados los ojos y las uñas llenas de tierra y sangre. La espalda tenía moretones bien marcado como pelotazos, tupidita, eso ni cómo intentar explicarlo. Ese día se fue temprano, dijo sentirse mal; apenas había llegado cuando salió apurado. No daban ni las 7:30 de la noche, noté que llevaba mojado su pantalón como si se hubiera orinado.
Tenía la cara torcida por una parálisis y hablaba de lado, además era muy serio. Lo saludé y no contestó, ya estaba acostumbrado. No recogió sus cosas, desde la puerta me dijo "hoy no duermas". Yo sólo levanté la mirada y con un gesto le hice saber que así sería.
Apenas a las 9:00 escuche la reja de la entrada azotarse y me levanté de inmediato. Se escuchó tan fuerte que me asomé de a poco, pensé que alguien había impactado su auto en ella. Pero la puerta estaba cerrada y con candado puesto, yo no puse el candado y no recuerdo que el viejo lo llevara en la mano.
Se me hizo extraño y el poco sueño que tenía se me escapó. Empecé a reflexionar para encontrar explicación. Tomé la taza de café, le di un trago y cuando bajé la taza pegué un brinco para atrás. Debajo de mí estaba un sapo verdoso, se le inflaba la piel debajo de la boca. Con el movimiento repentino casi quiebró la vieja silla, se derramó el café en el piso y mi camisa.
¿Cómo fue que entró el sapo? Abrí la puerta para sacarlo, pero alcancé a ver que se metió debajo del catre. La tetera empezó a chillar por el agua caliente, pero no quise levantarme a apagarla porque estaba buscando al sapo. Seguro estaba en alguna esquina del cuarto debajo de ese catre. Con mi brazo levantaba las cobijas para poder ver, seguro el sapo estaba más temeroso que yo, al menos eso me decía a mí mismo, intentando razonar sobre su diminuto tamaño comparado con el mío.
De a poco empecé a escuchar cómo bailaba la cadena del portón, agitándose de un lado a otro; escuché el ruido del aire azotar el techo de lámina como cuando llueve, pero no había señal de agua. Me levanté y quité las macetas de la venta para poder ver hacia afuera, había mucho polvo, eran los granos de tierra que se oían en el techo los que asemejaban el ruido de la lluvia. Volteé a la puerta del cuartucho para poner la aldaba, pero algo me hizo asomarme para afuera, vi la reja entreabierta sin el candado, asomé la cabeza para ver si el viejo había regresado pero ni rastro de él.

De la caseta tomé una linterna, la tetera había dejado de pitar pero humeaba, se había quedado sin agua. La tomé por el asa para quitarla de la parrilla, le quité la tapa y de reojo vi al sapo dentro, con las tripas de fuera, apestaba a mil demonios, aventé el recipiente asustado. El sapo se había cosido dentro, no sé cómo llegó ahí. Empecé a temblar de los nervios. Me paré en la puerta para salir a revisar, volteé hacia adentro y vi el cable de la parrilla suelto, nunca estuvo conectada. Casi me orino, tenía que salir del cuarto, todo estaba extraño.
Lo primero que hice fue cerrar esa vieja puerta de la entrada, a cada paso que daba se me erizaban los pelos de la espalda, y los de la nunca hasta la cabeza. Tenía que voltear hacia atrás, cosa que hice más de una vez en poco más de tres metros. Cerré la puerta y la atranqué con una tabla. Sentía a alguien detrás de mí, no quería voltear y ver al sapo ahí, no lo hice.
Cuando me volteé, giré la vista hacia arriba y vi en el techo de la estancia un viejo candelabro al que pocas veces le presté atención. De ocho lámparas, sólo tenía prendida una y se tambaleaba por el aire, parpadeaba como si tuviera un falso, me moví pensando en que se podía caer.
Vi el reloj en mi celular, eran casi las 3:30 de la mañana, no supe cómo fue que pasó tanto tiempo. Instintivamente pegué otro brinco cuando pasó un gato gordo al lado de mí y se detuvo a no más de dos metros, me veía fijamente. Yo intenté espantarlo con un movimiento de mi brazo, pero él no bajó la mirada e incluso avanzó un paso hacia mí.
Me paralicé pensado en que él no titubeo y yo estaba temblando. Dio dos pasos hacia mí y su cuerpo se arqueó con todos los pelos levantados, luego se giró como espantado, corrió para el cementerio. Intenté voltear, pero escuché el bramido de un sapo y también yo salí disparado hacia las tumbas.

En la primera sección hay una pila llena de agua, es alta y con varios escalones. Está pintada de blanco como con cal. Me paré a la mitad y apunté la linterna a la puerta para ver qué había sido, pero no vi nada. Estaba afuera, con viento y polvo en la cara y escalofríos en todo el cuerpo. No había escuchado tanto silencio en las noches, parecía que todo se escondió de la tormenta.
De pronto escuché mucho ruido en las ramas de un árbol, se agitaron muy fuerte, luego se escucharon varios gritos, como llantos incontrolables, muy fuertes, hicieron que me estremeciera y me encogiera en esos escalones.
Al poco rato pensé que podían ser dos gatos apareándose. Me quede inmóvil junto a la pila, apuntando la lámpara al suelo. No me di cuenta cuando amaneció, seguía pensando en el sapo y en los quejidos de los gatos.
De pronto sentí que alguien me tocó la espalda y pegué otro brinco para un lado. Era el policía del pueblo que intentaba decirme que el viejo había muerto.
Noté que miraba sorprendido, me vio fijamente al rostro, extendió su mano y señaló mi cara. Cuando quise hablar sentí la boca torcida y babeaba, sentí el rostro estirado.
Intenté correr a la caseta pero tenía las piernas adormecidas, me hormigueaban. Tomé un espejo, mi boca estaba totalmente de lado y entreabierta, un ojo se había subido por completo y estaba rojo, como con sangre machacada, veía borroso, nublado.
Del otro lado de la cara tenía un moretón enorme, entre negro y verdoso, la piel estaba un poco escamada.
Por la tarde fue el velorio del viejo, yo no asistí pero estuve en el sepelio. Cuando lo estábamos enterrando y bajábamos el féretro, escuché un ligero sonido y el croar de un sapo. Dejé caer el ataúd y eché la tierra encima como pude, ni lo cubrí bien. Me fui de ahí para siempre con el recuerdo de esa noche en mi rostro.
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