Síndrome de Estocolmo: ¿por qué la gente se enamora de su agresor?





“¿Por qué no lo dejas?”, escucha Guadalupe sin saber bien qué responder. “Sí quiero dejarlo, pero no sé qué voy a hacer después, creo que él me protege”, se le oye contestar.

La mujer ha sido agredida físicamente en diversas ocasiones por quien recibe el nominativo de “esposo”. En una relación donde la violencia rige el comportamiento de los miembros de la familia, se explica la adherencia de Guadalupe a su pareja a través del síndrome de Estocolmo.

En términos generales, el síndrome de Estocolmo se refiere a una situación en la que las víctimas o rehenes se sienten identificados con sus victimarios o captores.

El término fue acuñado por el analista sueco Nils Bejerot tras analizar el comportamiento de un grupo de rehenes que convivieron durante seis días con sus captores luego de un asalto a un banco en 1973.



El captor, un tal Jan Erik Olsson, logró que sus víctimas se sintieran seguras en su presencia. En el juicio, ninguna de las personas “agredidas” quiso testificar en contra de Olsson. En cambio, declararon haberse sentido más amenazadas por la policía que por el propio secuestrador.

En la novela Pigmeo, de Chuck Palahniuk, el personaje principal, un adolescente asiático de la milicia, viola a un joven estadounidense en el interior de un baño público. El protagonista teme que la víctima cobre venganza en cualquier momento; sin embargo, una noche el sujeto violado le confiesa al oriental que se encuentra profundamente enamorado de él.

El suceso responde a un efecto: síndrome de Estocolmo. En una muestra de control de la situación y de ejercicio de poder, el chico estadounidense se siente identificado. Su exposición ante el agresor lo deja totalmente vulnerable.

De acuerdo con el criminólogo Nils Bejerot, este síndrome es común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso o agresión, tal es el caso de rehenes en asaltos, miembros de sectas, niños abusados física y mentalmente, prisioneros de campos de concentración y veteranos de guerra.

La convivencia entre víctimas y victimarios puede convertirse en una relación que asegure la supervivencia de ambos bandos.


Lo realmente complicado de la situación es que muchas personas no son capaces de vislumbrar su paso a través de este síndrome. Consideran que la mayoría de sus conductas tienen que ver con un vínculo emocional extraordinario, negando por completo la posibilidad de haber quedado prendidos de alguien debido a un acontecimiento violento.

El trastorno puede tener complicaciones graves, pues los agresores podrían continuar ejerciendo violencia sobre las víctimas, y éstas lo justificarían todo al considerar que se trata de una actitud de “protección”, “afecto” y hasta de “preocupación”.

De ahí que en situaciones de violencia, los agredidos declaren cosas como “me lo merezco”, “yo me lo busqué” o “no quiso hacerme daño”.

En definitiva, los que sufren de este síndrome necesitan la ayuda de especialistas que puedan generar terapias adecuadas. No hay manera de que las cosas puedan cambiar si no se cuenta con la disposición de la personas afectadas.





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