Todos eran París, todos eran Manchester. ¿Y Nicaragua?





Al parecer no es glamoroso ser nicaragüense, y no es, como argumentan sardónicamente algunos, que poniendo la bandera de Nicaragua en sus perfiles o diciendo "Todos somos Nicaragua" se hará gran cosa.

Pero sí podemos hacer, y mucho, si no los olvidamos, si no ignoramos su lucha contra la dictadura, si no simplemente los tomamos como humanos de segunda por no ser europeos ni de primer mundo.


Ojalá quienes puedan hacer algo para que vuelva la libertad a este país lo hagan, pero nadie lo hará si los ignoramos.

Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega ordenó reprimir con violencia a la población que protesta en su contra desde abril y por quien ya se registran más de 280 muertos.

Por eso, desde aquí, hacemos un homenaje a las letras de este gran país y su pueblo bajo el peso de una dictadura que está masacrando a los jóvenes estudiantes, que lamentablemente no terminará mientras el mundo no levante la voz contra los crímenes de esos que dicen defender su pueblo.


Ojalá les gusten estos hermosos poemas de Rubén Darío, quizá el escritor más conocido de Nicaragua. Compartir su cultura es la mejor manera de darles una voz en el mundo.

1. Ama tu ritmo

Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.


2. Canto de esperanza

Canto de esperanza

Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.

¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno de Cristo.

La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.

Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombra la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.

¡Oh, Señor Jesucristo! ¡Por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas!

Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
que amante de tinieblas tu dulce aurora olvida.

Ven, Señor, para hacer la gloria de Ti mismo;
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.

Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.







3. Del trópico

¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.

Un mozo trae por un sendero
sus herramientas y su morral:
otro con caites y sin sombrero
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.

Sonriendo a veces a la muchacha,
que de la piedra pasa al fogón,
un sabanero de buena facha,
casi en cuclillas afila el hacha
sobre una orilla del mollejón.

Por las colinas la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
ahí el ganado las hojas muerde,
y hay en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.

Sonando un cuerno corvo y sonoro,
pasa un vaquero, y a plena luz
vienen las vacas y un blanco toro,
con unas manchas color de oro
por la barriga y en el testuz.

Y la patrona, bate que bate,
me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con la tostada y el requesón.

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