
El tiempo de juego en libertad desciende en las últimas
décadas, mientras que aumentan los pequeños con ansiedad y depresión.
El uso desmedido y
sin control de la tecnología en los niños puede generar problemas de salud,
desórdenes en el sueño, irritabilidad, bajo rendimiento académico, aislamiento
y depresión, y esto se refleja en los tiempos que permanecen conectados, el
comportamiento que asumen con sus pares y mayores, o el desinterés frente a
otras actividades y tareas cotidianas.
Así lo explica la
neuropsicóloga Carla María Kusiner, de la Universidad de Palermo, Argentina, al
referirse, por ejemplo, a los juegos interactivos para niños, de los cuales
dice: “Generan una elevada expectativa frente a la recompensa, por lo que si no
se alcanzan las metas o los niveles deseados provocan irritabilidad y
descontento”.
¿Por qué?
Un vistazo a los
estudios demuestra que el aumento de estas patologías no parece tener nada que
ver con los peligros o el grado de incertidumbre que acarrean las diferentes
épocas históricas.
Por tanto, este
problema parece estar más relacionado con la forma en que los niños y jóvenes
ven el mundo, más que con las cosas que suceden en la realidad.
La sensación de control sobre el destino
Si algo sabemos
sobre la ansiedad y la depresión es que ambas están relacionadas con la
sensación de control, o más bien la falta de control sobre la vida.
Las personas que
sienten que tienen su destino en sus manos tienen menos probabilidades de
sufrir ansiedad o depresión que aquellas que creen que son víctimas de las
circunstancias.
Por supuesto, se
podría pensar que en las últimas décadas ha aumentado el sentido de control
personal ya que se ha producido un avance real en el tratamiento de
enfermedades, ha aumentado el bienestar social y hay más información al alcance
de todos.
Sin embargo, los
datos indican que la sensación de control que tienen los niños, adolescentes y
jóvenes ha disminuido drásticamente.
Un metaanálisis
realizado en la Universidad Estatal de San Diego evaluó el locus de control de
los niños de 9 a 14 años desde 1960 hasta 2002. Estos investigadores
descubrieron que, al igual que sucede con la depresión y la ansiedad, se
produjo una variación significativa, hasta el punto que en la actualidad un 80%
de los niños tiene un locus de control externo, una cifra exageradamente alta.

Por tanto, no sería
descabellado pensar que un aumento de la externalidad, a expensas de la
internalidad, puede ser una de las causas del aumento de la ansiedad y la
depresión.
Cuando las personas
creen que no tienen control sobre su destino se vuelven ansiosas, piensan: “En
cualquier momento me pasará algo terrible y no puedo hacer anda al respecto”.
La sensación de impotencia también puede llegar a ser tan grande que da paso a
la depresión, pensando: “No sirve de nada intentarlo, estoy condenado al
fracaso”.
A medida que nos acercamos a las metas extrínsecas, nos
alejamos de los objetivos intrínsecos
Estos investigadores
creen que el aumento de la ansiedad y la depresión está relacionado con un
cambio de las metas “intrínsecas” por motivos “extrínsecos”.
Los niños,
adolescentes y jóvenes de hoy están más orientados hacia metas extrínsecas. De
hecho, una encuesta anual realizada en estudiantes de primer año de la
universidad muestra que la mayoría quieren “estar bien económicamente”, más que
“desarrollar una filosofía de vida significativa”, al contrario de lo que
sucedía en los años 1960 y 1970.
Por supuesto, ese
viraje hacia las metas extrínsecas está relacionado con tener un locus de
control externo. Después de todo, tenemos menos control sobre los objetivos
extrínsecos que sobre las metas intrínsecas.
Si nos esforzamos,
podemos mejorar nuestras competencias, pero eso no significa que seremos
personas ricas. Si exploramos diferentes filosofías, podemos encontrar un
sentido de la vida que nos guíe, pero eso no implica que los demás nos
encontrarán más atractivos o que obtendremos más reconocimiento social.
Obviamente, a medida
que nuestra satisfacción proviene del progreso de las metas intrínsecas, somos
capaces de mantener cierto grado de control sobre nuestro bienestar emocional.
Pero si esa
satisfacción proviene de los juicios y las recompensas de los demás, estaremos
a expensas de ellos, disminuirá el control sobre nuestro estado emocional y,
antes o después, nuestro equilibrio psicológico se resentirá.
La muerte del juego libre le abre al camino a los trastornos
mentales

Por último, pero no
menos importante, el psicólogo Peter Gray, especialista del Boston College en
educación y aprendizaje infantil, señala que también incide el cambio que se ha
evidenciado en la forma de jugar de los niños.
Diferentes estudios
han desvelado que la libertad de los niños para jugar y explorar por su cuenta,
de manera independiente, ha mermado considerablemente en las últimas décadas.
Sin embargo, el
juego libre y la exploración han sido, históricamente, los medios a través de
los cuales los niños aprenden a resolver sus propios problemas, controlar sus
vidas, desarrollar sus intereses y poner a prueba sus habilidades y
competencias.
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