
Cuando alguien miente de
forma repetida deja de tener una respuesta emocional ante sus propias
falsedades. Así, y ante una ausencia total de sentimientos esta práctica se
hace más fácil y se convierte en un recurso habitual. Por eso, los neurólogos
han llegado a la conclusión de que el cerebro de un mentiroso funciona de
manera diferente: son mentes hábilmente entrenadas para ese fin.
Si hay algo que caracteriza
al cerebro humano es su plasticidad, lo sabemos. Por ello, no nos extrañará
saber que la mentira es al fin y al cabo una habilidad como cualquier otra, y
que para mantener un buen nivel de excelencia, basta con practicar a diario.
Hay quien siente pasión por las matemáticas, el diseño o la escritura,
disciplinas que por sí mismas también modelan cerebros distintivos en base a
nuestros estilos de vida, a nuestras prácticas habituales.
El campo de la psicología y
la sociología siempre se ha sentido interesado por el mundo de las mentiras y
el engaño. Sin embargo, desde hace unas décadas y en vista de los grandes avances
en las técnicas de diagnóstico, es la neurociencia quien nos está ofreciendo
una información más valiosa a la vez que inquietante. ¿La razón? Si dijéramos
en este mismo momento que la personalidad deshonesta es el resultado del
entrenamiento y la habituación continua es posible que más de uno se sienta
sorprendido.
Quien empieza con las
pequeñas mentiras y hace de ellas un hábito, induce al cerebro a un estado
progresivo de desensibilización. Poco a poco, las grandes mentiras duelen menos
y se convierten en un estilo de vida…
El cerebro de un mentiroso y
la amígdala
A la mayoría de nosotros nos
llama la atención ciertos comportamientos de esos agentes sociales que habitan
en nuestro día a día. Vemos, por ejemplo, a algunos políticosaferrados a sus mentiras,
defendiendo su honestidad y normalizando actos que por sí mismos son altamente
reprobables y hasta delictivos. ¿Van estas dinámicas en su papel como cargos
públicos o hay quizá algo biológico?
Tali Sharot, una profesora
de neurociencia cognitiva del University College de Londres nos indica que,
efectivamente, hay un componente biológico, pero también un proceso de
entrenamiento. Así, la estructura cerebral que se relaciona de forma directa
con estas conductas deshonestas es sin duda la amígdala. El cerebro del
mentiroso pasaría en realidad por un sofisticado proceso de auto-entrenamiento
donde acabar prescindiendo de toda emoción o sentimiento de culpa.
En la revista Nature
Neuroscience tenemos un artículo muy completo publicado en el 2017, donde se
detalla esto mismo. No obstante, y para entenderlo mejor pondremos un ejemplo.
Imaginemos a un joven que llega a un cargo de poder en su empresa. Para transmitir
liderazgo y confianza en sus empleados, recurre a las pequeñas mentiras. Estas
disonancias, estos pequeños actos reprobables hacen reaccionar a nuestra
amígdala.Esta pequeña estructura del sistema límbico relacionada con nuestra
memoria y reacciones emocionales, es quien limita el grado en el que estamos
dispuestos a mentir.
Ahora bien, este joven,
acaba convirtiendo el uso de las mentiras en un recurso constante. Su trabajo
en dicha organización se basa ya en la utilización permanente y deliberada del
engaño. Cuando este enfoque es habitual, la amígdala deja de reaccionar, crea
tolerancia y ya no emite ningún tipo de reacción emocional. La sensación de
culpabilidad desaparece, no hay remordimientos ni preocupación alguna.

El cerebro de un mentiroso,
por así decirlo, se adapta a la deshonestidad.
La mentira hace trabajar al
cerebro de un modo diferente
Quien miente necesita dos
cosas: memoria y frialdad emocional. Esto mismo es lo que nos indican en uno de
los libros más completos sobre el cerebro de un mentiroso: “Por qué mentimos…
en especial a nosotros mismos: La ciencia del engaño” del catedrático de
psicología Dan Ariely. Asimismo, también se nos invita a descubrir otros
procesos neurológicos no menos interesantes sobre el tema.
En un experimento realizado
por el propio doctor Ariely reveló que la estructura cerebral de los mentirosos
patológicos dispone de un 14% menos de sustancia gris. Sin embargo, presentaban
entre un 22 y 26% más de materia blanca en la corteza prefrontal. ¿Qué
significa esto? Básicamente que el cerebro de un mentiroso establece muchas más
conexiones entre sus recuerdos y sus ideas. Esa mayor conectividad les permite
dar consistencia a sus mentiras y un acceso más rápido a esas asociaciones.
Todos estos datos nos dan
una pista sobre cómo la deshonestidad se gesta desde dentro, desde esos
procesos cognitivos que van adquiriendo poco a poco mayor solvencia a medida
que los practicamos, a medida que nuestro cerebro deja también de añadir el
componente emocional a esos actos.
Así, el doctor Airely no
deja de ver en estas prácticas algo ciertamente aterrador. El hecho de que la
amígdala deje de reaccionar ante ciertos hechos revela a su vez que estamos
perdiendo eso que, de algún modo nos hace humanos. Quien ya no ve que sus actos
tienen consecuencias sobre los demás, pierde su nobleza, la bondad natural que
supuestamente, debería definirnos a todos.

El cerebro de un mentiroso
se conforma a raíz de un conjunto de motivaciones oscuras. Podríamos decir que
tras esa persona que opta por hacer de la mentira su forma de vida, hay una
serie de fines muy concretos: deseo de poder, de estatus, de dominación,
interés personal… Es la ideología de quien decide en un momento dado,
priorizarse a sí mismo por encima de los demás. Y nada puede ser más
inquietante.
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