
El accidente que le deshizo
la columna vertebral, pelvis, clavícula y las costillas a "Friducha"
la postraron a una cama, pero las infidelidades de Diego la ataron al infierno.
Como si uno fuera el reflejo
del otro, Diego Rivera y Frida Kahlo se pintaron entre sí durante 25 años. En
las pupilas de óleo que la mexicana pintó en sus retratos se refleja su
amor-odio hacia "El Sapo", y en la expresión facial que el muralista
creó al dibujar a Frida se revela la compleja relación que ambos construyeron.
Las pinturas de ambos
guardan detalles sobre el intenso y tortuoso amorío al que tanto se aferraron.
En el entrecejo del retrato a lápiz que Diego hizo de la surrealista se ocultan
historias de finales tristes que pocos conocen. La paloma del maestro de frescos
fue inspiración e infortunio al mismo tiempo; así como el comunista fue el
sueño y dolor más grave de Kahlo. Recordemos que ella era una experta en
penetrar sus propios dolores físicos para estamparlos en acuarelas y óleos,
pero ni Frida ni Diego fueron artistas simples o literales. Los dos aseveraban
la belleza a través del misterio de sus obras y lo mismo hacían con la
tristeza, el rencor, la decepción y el desamor.
Dos de los artistas más
importantes del siglo XX cuentan, metafórica y tal vez inconscientemente, cómo
el amor que los unió terminó por destrozarlos. El accidente que le deshizo la
columna vertebral, pelvis, clavícula y las costillas a "Friducha" la
postraron a una cama, pero las infidelidades de Diego la ataron al infierno. Nadie
–ni siquiera ellos dos– ha podido comprender la magnitud de la adoración que
los mantuvo juntos y mucho menos la intensidad del sufrimiento que definió su
relación. Sin embargo, en sus obras sobre los eventos que mermaron su historia
–el accidente de Frida en 1925, su desafortunado aborto, el divorcio que se
consumó en el 39 y sus continuas cartas sobre reproches y recuerdos– no sólo se
encuentran las pruebas de dos que se amaron, sino los testigos de las etapas
que vivieron a lo largo de una relación devastadora con la que todos nos hemos
obsesionado: Diego y Frida.
Lo que debería ser el primer
espejismo de un matrimonio ideal lleno de energía, esperanzas e ilusión es más
bien una pista de las tensiones que ya separaban a la pareja de pintores. Entre
las manos de ambos se abre un espacio que tal vez no signifique "aquí nos
ves, a mí, a Frida Kahlo, con mi querido esposo", como dice la cinta sobre
ellos. Sus miradas no se cruzan como las de cualquier par que acaba de
comprometerse; en cada esquina del lienzo vibran las complicaciones maritales
que todos sabían alrededor de la relación de "el elefante y la
paloma", pero que nadie mencionaba al momento de calificar los cuadros en
los que aparecían juntos.
Los cuerpos y rostros de
"Frida pata de palo" y su amante parecen, extrañamente, distanciarse
a medida que observamos cada pieza. Aunque ella fue la que se pintó a su lado
varias veces, siempre parecía llevar su mirada, frente o la dirección de sus
hombros y pies en dirección opuesta a los de Rivera. Él, casi siempre, aparece
con herramientas de trabajo (pincel y paleta) en las creaciones de Kahlo,
mientras que la también escritora se dibujaba tensa e intentando contener una
emoción. Dolor, enojo, confusión, tristeza, incertidumbre... nunca sabremos qué
es lo que esconden las manos y cienes apretadas de Frida o sus ojos
cristalinos, pero es obvio que en el momento en el que se pintaba a ella con el
muralista su creatividad se enmarañaba con la agonía de saberse en una relación
enfermiza de la que ninguno pudo deslindarse sinceramente.
Los elementos de sus
creaciones son fuertes y profundos símbolos de su mimetización tóxica como
pareja. Por ejemplo, el rostro de Diego en la frente de Kahlo como un tercer
ojo es el ingrediente que connota cómo el activista terminó convirtiéndose en
el epicentro de los pensamientos y sentimientos de Frida, pero no de una forma
sana. Además, ella se pintó con una Tehuana puesta, y tomando en cuenta que el
cuadro lo terminó después de su divorcio, mucho han argumentado que se trata de
un grito desesperado para recuperar a Rivera. A pesar de sus infidelidades la
artista se pinta con él incrustado en su cabeza y el traje con el que amaba
verla, casi como implorando su regreso.
Por otro lado, la angustia y
el sufrimiento claramente expresado en la mirada y las facciones de la mexicana
han sido motivo de análisis constante, pero los personajes que la acompañan en
algunas pinturas también son clave para entender la tortuosa relación a la que
casi no sobrevive. En el caso de Autorretrato con collar de espinas, a pesar de
que en el arte el mono simboliza el mal, lo pecaminoso y la lujuria, para Frida
un mono doméstico significa entonces una limitante. Por ejemplo: el amor que no
recibió de su marido, así como el hijo que nunca pudo tener.
A diferencia de la mujer de
la uniceja, Rivera plasmó a su amada pocas veces y de manera mucho más íntima
(al menos así parece a simple vista). Frida aparece desnuda en uno de sus
grabados en un supuesto momento de tranquilidad y con los brazos levantados
libremente, pero también se percibe descubierta y vulnerable; tal y como es
creíble que ella se sintiera en medio de una tempestuosa relación que ambos se
empeñaron en volver más caótica cada día.
Frida y Diego son la
obsesión de aquellos que adoramos de las relaciones destructivas, el caos
pasional y la unión inverosímil. Con los colores que usó Diego para fondear de
manera drástica y cambiante el único retrato de su esposa hecho en caballete
pasa lo mismo: éstos se vuelven misteriosos, confusos y –por lo tanto–
obsesionantes. A pesar de la mirada imponente y poderosa de su musa, detrás de
ella aparece ese hipnótico contraste entre un color y otro; como Las dos
Fridas, como el amor y el odio, así incomoda el retrato de Rivera.
Prueba de que Frida, a pesar
de cuánto lo amaba, nunca fue una prioridad para el comunista es el dibujo que
él elaboró después de la muerte de Kahlo. Como un atisbo confuso y más simple
de lo que esperaríamos, él la pinta con un sólo color y –más que con una
expresión real– con la sonrisa tenue que pocas veces ella dejaba entrever.
¿Por qué Diego y Frida? ¿Por
qué fue tan destructiva su relación? ¿Por qué nos obsesionamos con su historia?
Las respuestas varían de acuerdo al acercamiento que cada uno hemos tenido con
la obra, vida profesional y anécdotas personales de este par. Lo que es cierto
es que el matrimonio de Rivera y Kahlo se caracterizó por una mutación que
aterroriza y encanta a quienes los admiramos. De hecho, la pintora plasmó esa
transformación en El abrazo de amor del universo al trazarse como la compañera,
amante, madre, hermana y protectora de su pareja. Es decir, ambos se
convirtieron en el todo y la nada de cada uno, se abrieron y remendaron
múltiples heridas, se llevaron al límite para después tomarse de las manos y buscar
el equilibrio nuevamente. Los dos tocaron el cielo juntos y poco a poco se
derritieron en el infierno. Esa obsesionante transición está escondida en cada
detalle de sus obras, mismas que no sólo perpetuarán su trabajo, también
volverán eternas sus almas destructivas
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